Los vientos son hijos del Sol. Fluyen. Sin él no serían más que caóticas sopas de moléculas sin vida. Atraparlos, tejerlos y liberarlos, esa es nuestra misión.

miércoles, 17 de junio de 2009

Círculo Perfecto

Cortó el paso de combustible y esperó tranquilamente a que los últimos estertores del motor acabaran deteniendo la hélice. La avioneta empezó a perder altura con elegancia, planeando silenciosa, primero sobre los incandescentes tejados de uralita de los cobertizos que los agricultores usan para guardar sus apeos de labranza, después sobre el mar de plástico donde una marejada de invernaderos se extiende cubriendo las colinas y pequeños valles de los alrededores del aeródromo, para acabar cruzando la autopista a la altura del nudo de carreteras, justo allí donde el casco urbano deja de ser un conjunto de casas de campo y se convierte en población costera. Apenas llego con altura suficiente para sobrevolar los edificios de apartamentos que, alineados en orden de batalla, cubren de sombra y cemento la línea de costa. Ya sobre el agua, prolongando el suave descenso, viró a babor y discurrió paralela a la playa, dibujando sobre la superficie del mar un pespunte de sombra alada. Amerizó suavemente, recogiendo en el último segundo, cortando de través una ola verde coronada de espuma blanca y tonos violeta. Antes de empezar a sumergirse, se desabrochó el cinturón de seguridad, abrió la portezuela y abandono la nave caminado con delicadeza sobre el ala muerta, procurando no pisar superficies no reforzadas. El agua salada llena de verano escamó su piel de plata y deshizo sus cabellos en largos flecos, mientras la marea la guiaba con delicadeza hacia la costa. Ya sobre la arena, se volvió un segundo a contemplar como el mástil de la antena de radio acababa desapareciendo engullido por el oleaje. La multitud se arremolino en torno a ella, aunque en ningún momento aceptó la ayuda que le brindaban los bañistas, ni siquiera se interesó por una toalla para poder secarse o por la caricia de ánimo que algún turista le brindaba. Finalmente, abandonó la playa y desapareció entre el tráfico y la muchedumbre, ajena por completo al mar de tonos rubíes y al viento cargado de silenciosos vuelos.


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