Los vientos son hijos del Sol. Fluyen. Sin él no serían más que caóticas sopas de moléculas sin vida. Atraparlos, tejerlos y liberarlos, esa es nuestra misión.

martes, 20 de octubre de 2009

Continúa la operación triquini



Al final mi mujer se enteró. De lo de la operación triquini, quiero decir. Eso de recorrer como un poseso Méjico y la Pampa no le pasó desapercibido. Bueno, eso y el echo de estar constantemente mirándome el tipín al espejo. Intenté convencerla de que aquello no tenía otro objetivo que el de darle una sorpresa, que volviera a descubrir que entre las masas flácidas que cubren mi cintura, sigue estando ese vientre atlético que tanto furor hizo entre las chicas de los 80. Pero ella, quizá mal aconsejada por sus amigas, no veía en este asunto otro objetivo que el de deslumbrar a otras mujeres más jóvenes que ella y casi de inmediato dio mi caso por perdido, etiquetándolo de crisis de los 42.

Aun así, ya que mi interés por mejorar la figura no disminuía (más bien al contrario), me sugirió una visita a San Francisco (USA), donde, si uno sabe buscarlo, el trabajo sucio abunda; de todos es sabido que los trabajos sucios son muy aeróbicos, ideales para reducir el índice de masa corporal. Acepté el reto y allí que me fui, ligero de equipaje y ancho de estómago. Nada más bajar del avión la aventura comenzó: me lie a ayudar a un pobre tendero viudo a lidiar con La Muerte con mayúsculas, una lucha de igual a igual, tremendamente física a la par que divertida. El esfuerzo ha merecido la pena: después de semejante aventura, cinco kilos han abandonado mi cuerpo y ahora descansan en paz, en los alto de una colinita, en un cementerio con vistas a la bahía de San Francisco, dispuestos a una rápida resurrección tan pronto las comidas navideñas así lo propicien.

De regreso de Cisco, cuando sobrevolaba Portugal, una tormenta eléctrica engullo la aeronave y me vi lanzando en un viaje en el tiempo que me ha hecho aterrizar en el Madrid del 23 de febrero de 1981. Mi mujer está al tanto de esto. Afortunadamente, en casa, estos viajes son habituales, aunque lo que no se imagina es que esta nueva aventura será para mí como como una liposucción con carácter retroactivo. Y es que, las operaciones triquini son como los albañiles: se sabe cuando empiezan pero nunca cuando acaban.

4 comentarios:

  1. upss, qué día más trágico vivió ese día la joven democracia española...
    Saludos Teje...ainss...dor (por qué poco, jeje)

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  2. Y yo que pensaba que los albañiles terminaban por los pies.

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  3. Tu texto está codificado ¿verdad?.

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  4. Los hay que ni ellos saben cuando empiezan...

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